En el 1998 –hace 14 años, ¡cómo pasa el tiempo!–, Fafa Taveras me “acusó” en televisión de apoyar siempre al Estado, que no sólo al gobierno de turno. Jamás he vuelto a verlo, ni siquiera de lejos. Y ni pensar que volviera a alguno de mis programas después de aquella afrentosa “acusación” que me sacó de casillas y me hizo acabar la entrevista de forma violenta, nada extraño en mí en esos tiempos.
Porque lo dijo de forma maliciosa, tildándome de arribista, logrero, trepador... Por supuesto que no lo dijo así, consciente de que los buenos modales conservan la dentadura. Pero habría querido hacerlo, de eso no tengo ninguna duda.
La realidad, sin embargo, lo desmintió muy poco tiempo después porque ni siquiera habían pasado dos años cuando Hipólito Mejía ganó las elecciones y él –Fafa– se encaramaba en el gobierno a relamer las mieles del poder.
En esos cuatro años fui de los más ardorosos opositores al Estado que representaban Mejía y Fafa desde el Poder Ejecutivo.
El propio Hipólito ordenó que me sacaran casi a empujones de una de las emisoras de Baninter –ya esos medios controlados por el gobierno– donde hacía junto a mis compañeros de faena la revista vespertina El Poder de la Tarde, y mi viacrucis no terminó sino con el fin de ese período de locura y deshonor.
Hasta entonces no comprobó Fafa Taveras su mentira ni dimensionó el tamaño de su “acusación”. Aunque dejó herido para siempre, eso sí, un cariño casi familiar que le demostré a través de Magaly, su mujer, estando él preso abusivamente en La Victoria y yo iniciándome en este oficio como reportero de Última Hora, hace más de 42 años.
El ingrato, como el gatoEs posible que Fafa no lo sepa y que Magaly no lo recuerde. Pero muchas veces tenía que pasar largas horas, lupa en mano, descifrando las miniaturas que Fafa escribía –a veces más de mil palabras en una pequeñísima tira de papel– que su esposa sacaba de la cárcel en su parte íntima y que luego se convertían en las famosas notas de prensa del MPD denunciando los constantes atropellos contra los presos políticos.
Por supuesto, lo hacíamos con gusto y con sentido de colaboración a una causa justa en aquellos años de las utopías revolucionarias. Pero era parte de las tareas que me asignaba Gregorio García Castro en las jornadas de la tarde en el periódico. Goyito mantuvo siempre comunicación muy fluida con “los muchachos” del MPD presos en La Victoria a través de sus esposas, todas mujeres muy buenas que con abnegación y entrega se dedicaron a cuidar y proteger las vidas de sus compañeros a riesgo de las suyas propias, a pesar del peligro y las acechanzas de los servicios secretos y de las agencias norteamericanas que en ese tiempo se ocupaban del trabajo sucio.
En esos tiempos me hice muy amigo, no sólo de Magaly Pineda, sino también de Carmen Mazara, Gladys Gutiérrez, Guillermina, Miriam, Myrna Santos y del resto de aquellas bonitas y talentosas muchachas que visitaban casi a diario la redacción de los periódicos y de los noticiarios radiales, entonces con una extraordinaria audiencia.
Recuerdo muy bien que para darle sustento jurídico a su lucha ese grupo de mujeres formó el “Comité de Familiares y Amigos de Presos, Muertos y Desaparecidos”, y nosotros de broma decíamos en el periódico que su “presidente clandestino” era Goyito García Castro.
Pero el ingrato –decía siempre mi madre–, es como el gato. ¡Jamás mira la mano que le da de comer!
¡Imparcialidad de qué...!
En este medio profesional, donde los periodistas más destacados, sin excepción, han asumido papeles importantes en todos los partidos o en los proyectos políticos presidenciales, ha primado siempre el falso orgullo de una imparcialidad fementida, que no ha existido jamás.
Ni los periodistas ni los propietarios o ejecutivos de medios son ni han sido nunca “imparciales” en estos procesos. Ese concepto de “imparcialidad” simplemente no existe. Se puede pretender tratar de cubrir apariencias mediante el concepto tan generalizado de la “objetividad periodística”, pero ya eso es otra cosa.
Objetividad es apegarse a lo incontrastable, a lo indesmentible, a lo auténticamente real. Sin importar conveniencias colectivas o individuales.
Y esos valores éticos sí que aplican en muchos medios de comunicación, en sus directivos y en sus propietarios. Muestra de ello es que uno puede decir estas cosas y salir ileso en un periódico como Listín y en una columna tan medalaganaria como esta y tan espontánea como el capricho de su autor escogiendo los temas que trata.
Justo ahora que me siento en el mejor momento de mi vida profesional... Ahora que se ha ido el verano y llega el otoño teniendo sólo el abrigo imprescindible para esperar el invierno. Sin necesitar ni querer nada más... Tal vez por eso acabo de notar –¡oh, ironías de la vida!–, que mis tres grandes amigos son los tres presidentes de los tres grandes partidos: Miguel Vargas, del PRD; Carlos Morales, del PRSC; Leonel Fernández, del PLD.
¡Entonces Fafa Taveras tenía razón...! Pero sólo conceptualmente. Sin aquella malicia con que lo dijo. Pero eso tenemos que “sabrosearlo” mañana...
Porque lo dijo de forma maliciosa, tildándome de arribista, logrero, trepador... Por supuesto que no lo dijo así, consciente de que los buenos modales conservan la dentadura. Pero habría querido hacerlo, de eso no tengo ninguna duda.
La realidad, sin embargo, lo desmintió muy poco tiempo después porque ni siquiera habían pasado dos años cuando Hipólito Mejía ganó las elecciones y él –Fafa– se encaramaba en el gobierno a relamer las mieles del poder.
En esos cuatro años fui de los más ardorosos opositores al Estado que representaban Mejía y Fafa desde el Poder Ejecutivo.
El propio Hipólito ordenó que me sacaran casi a empujones de una de las emisoras de Baninter –ya esos medios controlados por el gobierno– donde hacía junto a mis compañeros de faena la revista vespertina El Poder de la Tarde, y mi viacrucis no terminó sino con el fin de ese período de locura y deshonor.
Hasta entonces no comprobó Fafa Taveras su mentira ni dimensionó el tamaño de su “acusación”. Aunque dejó herido para siempre, eso sí, un cariño casi familiar que le demostré a través de Magaly, su mujer, estando él preso abusivamente en La Victoria y yo iniciándome en este oficio como reportero de Última Hora, hace más de 42 años.
El ingrato, como el gatoEs posible que Fafa no lo sepa y que Magaly no lo recuerde. Pero muchas veces tenía que pasar largas horas, lupa en mano, descifrando las miniaturas que Fafa escribía –a veces más de mil palabras en una pequeñísima tira de papel– que su esposa sacaba de la cárcel en su parte íntima y que luego se convertían en las famosas notas de prensa del MPD denunciando los constantes atropellos contra los presos políticos.
Por supuesto, lo hacíamos con gusto y con sentido de colaboración a una causa justa en aquellos años de las utopías revolucionarias. Pero era parte de las tareas que me asignaba Gregorio García Castro en las jornadas de la tarde en el periódico. Goyito mantuvo siempre comunicación muy fluida con “los muchachos” del MPD presos en La Victoria a través de sus esposas, todas mujeres muy buenas que con abnegación y entrega se dedicaron a cuidar y proteger las vidas de sus compañeros a riesgo de las suyas propias, a pesar del peligro y las acechanzas de los servicios secretos y de las agencias norteamericanas que en ese tiempo se ocupaban del trabajo sucio.
En esos tiempos me hice muy amigo, no sólo de Magaly Pineda, sino también de Carmen Mazara, Gladys Gutiérrez, Guillermina, Miriam, Myrna Santos y del resto de aquellas bonitas y talentosas muchachas que visitaban casi a diario la redacción de los periódicos y de los noticiarios radiales, entonces con una extraordinaria audiencia.
Recuerdo muy bien que para darle sustento jurídico a su lucha ese grupo de mujeres formó el “Comité de Familiares y Amigos de Presos, Muertos y Desaparecidos”, y nosotros de broma decíamos en el periódico que su “presidente clandestino” era Goyito García Castro.
Pero el ingrato –decía siempre mi madre–, es como el gato. ¡Jamás mira la mano que le da de comer!
¡Imparcialidad de qué...!
En este medio profesional, donde los periodistas más destacados, sin excepción, han asumido papeles importantes en todos los partidos o en los proyectos políticos presidenciales, ha primado siempre el falso orgullo de una imparcialidad fementida, que no ha existido jamás.
Ni los periodistas ni los propietarios o ejecutivos de medios son ni han sido nunca “imparciales” en estos procesos. Ese concepto de “imparcialidad” simplemente no existe. Se puede pretender tratar de cubrir apariencias mediante el concepto tan generalizado de la “objetividad periodística”, pero ya eso es otra cosa.
Objetividad es apegarse a lo incontrastable, a lo indesmentible, a lo auténticamente real. Sin importar conveniencias colectivas o individuales.
Y esos valores éticos sí que aplican en muchos medios de comunicación, en sus directivos y en sus propietarios. Muestra de ello es que uno puede decir estas cosas y salir ileso en un periódico como Listín y en una columna tan medalaganaria como esta y tan espontánea como el capricho de su autor escogiendo los temas que trata.
Justo ahora que me siento en el mejor momento de mi vida profesional... Ahora que se ha ido el verano y llega el otoño teniendo sólo el abrigo imprescindible para esperar el invierno. Sin necesitar ni querer nada más... Tal vez por eso acabo de notar –¡oh, ironías de la vida!–, que mis tres grandes amigos son los tres presidentes de los tres grandes partidos: Miguel Vargas, del PRD; Carlos Morales, del PRSC; Leonel Fernández, del PLD.
¡Entonces Fafa Taveras tenía razón...! Pero sólo conceptualmente. Sin aquella malicia con que lo dijo. Pero eso tenemos que “sabrosearlo” mañana...
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